31 diciembre 2014

Saltando en los charcos


Según los antropólogos, hay un puñado de gestos humanos que se podrían considerar universales e interculturales. Expresiones como las de asentir, discernir, saludar, despedirse o mostrar el asco si bien no son idénticas en todas las culturas si que pueden ser comprendidas por personas de costumbres o modos de vida diferentes. Luego está, sin duda, el gesto de que cualquier niño de cualquier parte del mundo que cuando ve un charco querrá saltar dentro de éste. No les voy a hablar del relativismo cultural sino de lo que me pasó hace pocos días caminando por las calles del centro de La Laguna. Había estado lloviendo hacía pocos minutos y la gente aprovechaba que se había quitado la lluvia para seguir su camino, sus compras en realidad, y como a mi no me gustan los paraguas y no salí preparado de casa para la lluvia estaba mojado por todos lados menos por uno llamado sombrero pues el que tengo tiene una capa de Goretex que hace que el agua se repela. De repente vi a un niño de unos tres años que se acercaba a una tapa de una alcantarilla donde se había formado un leve charquito y dio un salto que acabó salpicándome los pantalones. Mi lema en estos tiempos es que una raya más o menos en un tigre es algo que no se nota. Me empecé a reír, miré hacia los padres que parecían que iban a reñirlo y con un gesto de hombros les dije que no tenía importancia. Mientras me alejaba, seguramente, el niño alentado por la picardía de mi sonrisa se quedó un rato saltando compulsivamente en el charco y estuve un rato riéndome solo. Como me gusta pasear tarde con las calles del centro completamente vacías vi varios charcos parecidos a los que tanto divirtieron al pequeño y me puse a saltarlos como él hizo esa tarde. Debo reconocer que esta vez iba mejor equipado: llevaba botas de montaña, gabardina y gorro.
Durante la vida hacemos no sólo charcos sino que me atrevería a decir que hasta lagos y mares de lágrimas. Si son pequeños saltamos sobre ellos y seguimos hasta el siguiente intentando pisar siempre tierra firme tratando de huir de aquellos que son mayores para no ahogarnos con ellos hasta el cuello. Este es un mundo de traición, de palabras falsas, de mentiras de todo tipo, de falsa felicidad, de hacer lo que los otros quieren que hagamos y no lo que nos da la gana, de relaciones falsas y de empatía nula. He decidido que la risa que vale es la de los niños, que pronto serán adultos como todos nosotros con nuestras imperfecciones, antes que las risas falsas que veo en mucha gente mayor provocada por placebos como el alcohol, las compras compulsivas, el sentarse en una terraza con una botella de cava barato metido en un cubilete como algunas veces he visto, de la gente que le gusta ostentar con su ropa cara comprada en oulets o exhibir teléfonos que les quedan grandes como si de repente un marido torpe en la cama aparece con el pene de un actor porno al que no sabrían manejar porque se les queda grande en todos los sentidos.
La vida es, básicamente, dolor. El negocio del siglo son las farmaceúticas que les interesa tener cronificadas enfermedades como la depresión, el sida o determinadas patologías porque lo que deseamos los humanos es saltar en los charcos pequeños que nos salpican antes que hundirnos en océanos de lágrimas que nos ahogan. Nos enseñan conocimientos como las matemáticas, sin conectar con la música, a leer y a escribir, sin jugar con la poesía de las palabras, pero en esta sociedad no se nos dan pautas para tener una mínima inteligencia emocional y sí a abandonar la sinceridad de un niño por la hipocresía de un adulto que tiene que demostrar que es feliz aunque las farmacias están llenas de docenas de marcas de antidepresivos. La educación destruye la creatividad de un niño y nos hace adultos conformistas, consumistas, presuntuosos pero, irremediablemente, infelices.

Definitivamente ahora ando buscando al niño que dejé de ser hace ya algunas décadas como, por suerte, he vuelto a encontrar a mi amiga Isabel, Nona para sus amigos, que reencontré estos días después de un distanciamiento, con una buena de cosecha de dolor por cada una de nuestras partes, y a la que dedico esta entrada de este blog.