Sin
que tenga que venir el caso del cómo y el porqué, en estos días
una chiquita de 14 años me contó una historia que no sólo me
impresionó sino que me hizo dar cuenta de lo alejado de la realidad
que vivimos muchos que hemos ido de progres
por la vida pero que a duras penas hemos hecho el esfuerzo de, no
sólo, comprender a los demás sino de la realidad que se ha estado
viviendo históricamente en estas Islas Canarias. Vive en la típica
zona sur de una de nuestras islas, hacia la montaña y no la costa,
en las que antes del boom turístico de hace unas décadas se
malvivía, se pasaba hambre y las niñas y niños no iban a la
escuela, a pesar que desde 1920 era obligatorio,
porque cada una de esas criaturas eran dos manos para trabajar bajo
las órdenes de los caciques y contribuir a la economía de la familia.
Le
hablaba de la escritura como forma de transmitir el conocimiento que
tienen los seres humanos y me contó que su abuela estaba aprendido a
leer y a escribir y que la señora estaba contenta con ello. Me dijo
que su abuelo era más
bruto
y que no le interesaba aprender ya nada. Pensando en gente
octogenaria le pregunté a la chica que qué edad tenían sus abuelos
y me dijo que ella 55 y el hombre 60. ¡55 años y sin saber ni leer
ni escribir por culpa del hambre cuando, en otros lugares más
afortunados
del archipiélago hay gente de esa edad forrada gracias a titulaciones
superiores porque se podían permitir unos estudios! La chica me
dijo, no con estas palabras pero lo quería expresar así, que a la
mujer se le había abierto un nuevo horizonte en el mundo porque ya
entendía las cosas escritas y las señalizaciones por la calle. Lo
dignamente bello del tema es que la chica ayudaba a hacer las tareas
a su abuela y se las corregía y la señora iba muy contenta a la
escuela de adultos. A mi también me enseñaron a leer y escribir
mujeres y todavía recuerdo las lecturas que mi madre me repasaba
antes de ir al colegio y, gracias a ella, no fallaba una cuando la
maestra me las preguntaba.
Debe
ser una niña que se ha criado mucho más con sus abuelos que con sus
padres por cuestiones laborales y le brillaban los ojos cuando
hablaba de su abuela porque, seguramente, le tiene mucho cariño. Yo
le dije que lo que hacía era muy bonito, que lo mejor que una
persona puede hacerle a otra es enseñarla a leer y escribir y que
podía estar orgullosa de si misma porque yo, que tengo más edad,
nunca he enseñado a leer ni a escribir a nadie. Le dije que no
tuviera vergüenza de que su abuela no supiera ésto hasta hace poco,
que no era culpa de ella sino de la pobreza que se ha vivido en las
islas y entonces me hizo callar con una sonrisa que indicaba que eso
jamás se lo había planteado y que le da igual lo que pensara de
ella porque a la que quiere es a su abuela y no a la gente ignorante
que se ríe de los demás por burla o creyéndose superiores cuando
no son más que unos cretinos. Toda una lección de vida, y de
belleza, con tan sólo 14 años de edad. Muchas veces nos creemos que
hablar con un joven es tratar con bobos cuando éstos pueden dar
lecciones al más sabio y son más listos de lo que creemos.
No
quiero enmierdar este texto, sobre todo por respeto a la muchacha,
pero es que cómo lo voy a acabar es inevitable no referirme a esa
progresía que se está formando en el archipiélago, que no tardaron
nada en ser más de los mismo y de los que me atrevo a afirmar que la
mayoría que están ocupando cargo pagado por los ciudadanos no
tienen ni puta idea de lo que está pasando en la sociedad, ni antes
en sus falaces discursos progres
ni ahora desde sus despachos donde ya se han parapetado. Desde aquí
les digo que no saben hacer nada y que yo he hablado con una
adolescente de 14 años que ha enseñado a su abuela a leer y a
escribir. No se ustedes pero yo sólo puedo sentir más que humildad
hacia esta chiquita.