22 octubre 2014

Hablando del Dolor con 'Six Feet Under'

Spoilert alert!: no veas este vídeo si no has visto la serie y te ha apetecido verla. Esta maravillosa secuencia se disfruta más al final de las 63 horas de la serie.

El siglo XXI ha retomado el relato de ficción por entregas a niveles de la maestría ahora con el lenguaje de este siglo que es la imagen gracias, sobre todo, a esa factoría de crear historias inteligentes llamada HBO. Entre el año 2001 y el 2005, en la temporada de verano de esta cadena de pago en Estados Unidos, se emitió el que podría ser sin duda uno de sus mejores productos llamado Six Feet Under, que en España se llamó A dos metros bajo tierra por eso de redondear el sistema métrico anglosajón con el decimal, con un total de 63 horas de historias originales que jugaban con el dolor de los personajes y el humor negro e inteligente todo bien hilvanado con grandes guiones y una historia entre los vivos y los muertos. Creada por el guionista Alan Ball, que en el año 1999 nos enamoró a muchos con su American Beauty, tras en buena hora dar el salto a la televisión donde pudo desarrollar muchos aspectos interesantes que ya se vieron en aquella magnífica ópera prima.
El argumento es simple. Una familia de enterradores de la segunda hacia la tercera generación tienen un negocio familiar en la misma casa en la que hacen su vida diaria. Viven en el piso de arriba mientras que en el de abajo y el sótano andan con cadáveres y funerales. El marido con vida secreta, Nathaniel (Richard Jenkins), muere en los primeros minutos de la serie en un tonto accidente de tráfico, mientras su hijo Nate (Peter Krause), llega del Seattle cuna de Nirvana donde huyó del negocio familiar para pasar las Navidades y conoce en el vuelo a Los Ángeles al turbulento amor de su vida, Brenda (Rachel Griffiths), que le gusta experimentar con las situaciones. Nos enteraremos pronto que la viuda Ruth (Frances Conroy) estaba engañando a su marido con un vulgar peluquero y que su hijo David (Michael C. Hall) es un gay que vive dentro del armario pues no se atreve a reivindicar su homosexualidad aunque esté profundamente enamorado de un apuesto policía negro llamado Keith (Mathew St. Patrick) que conoció en una misa de domingo de una parroquia muy tolerante hacia la homosexualidad. Finalmente está Claire (Lauren Ambrose), sin duda el personaje más profundo e interesante y al final nos daremos cuenta que toda la serie ha pasado por delante de sus ojos, una adolescente que está buscando su lugar en una sociedad vacía que ya coquetea con las drogas y las relaciones con tipos indeseables. Claire es el personaje que podríamos decir que es el más empático y generoso de toda la trama aunque alguna pequeña misera también tendrá. Cada episodio de los 63 empieza con una muerte, un breve epitafio tras un fundido en blanco, y es el hilo argumental de cada capítulo. Hay muertes muy ingeniosas que es imposible que no saquen una carcajada al espectador como la del Papá Noel que tiene un accidente de moto delante de tres niños que lo observan incrédulos o la de la ultra religiosa que sale corriendo de su coche pues cree ver que son ángeles celestiales lo que en realidad eran unas muñecas hinchables infladas con hidrógeno que iba a ser usadas en un show pornográfico. En Six Feet Under vivos y muertos dialogan sin que sean éstos momentos para el miedo, como cualquier guionista infame hubiera hecho, sino que tienen una clara tensión dramática y hasta una ironía muy fina.
En esta serie los muertos que hablan ya no sufren, son los vivos los que están abocados al sufrimiento y si tuviéramos que definir esta serie con una palabra sin duda esta sería la de Dolor. Este es el dolor de las sociedades modernas que Alan Ball intuyó casi una década antes que se produjera en forma de Doctrina de Shock, de la depresión y la infelicidad, de los psicoterapeutas imbéciles que deberían primero curarse a si mismos, del Prozac y otros fármacos que se han convertido en el negocio más rentable de las farmacéuticas en los países donde el temor al futuro ha entrado duro como ha pasado ahora en el nuestro, del esnobismo de los restaurantes de sushi y del vacío de valores de gran parte de la sociedad norteamericana. Se podría decir que es una de las primeras series que normaliza la homosexualidad dentro de una historia natural, Alan Ball lo es y uno de los actores secundarios de la serie es su pareja, no como algo raro y anecdótico a la trama para reforzar la heterosexualidad sino como parte misma de ésta y al mismo nivel que los deseos y los sentimientos de todos los personajes independientemente de cuál sea su tendencia sexual.
El caminar de los personajes en la serie es el de la búsqueda de la felicidad pero siempre hay algo que los frena: la traición a la persona compañera que se traduce en múltiples formas de deslealtades, la falta de seguridad personal y el no saber decir no a tiempo, la manera enferma de sentir el sexo, una sociedad sin valores donde la principal forma de ocio es comprar con tarjeta de crédito, estar a la última en todo momento para ser el mayor cretino o la crítica feroz a las galerías y las escuelas de arte que deja constancia el personaje de Claire que, recordemos, es el más interesante de todos y que quizá por eso llegará a ser centenaria. Todo esto se traduce en el Dolor porque los personajes sufren viviendo en el país que más felicidad del mundo promete según la publiciadad y se medican para enfermedades mentales que están en el DSM IV aunque ya haya salido el 5. Todo esto sucede de manera inexorable como si los personajes tuvieran que que estar abocados a ese dolor que salen a buscar cuando, a veces, la felicidad está cerca y sólo hay que pararse para que les llegue en forma de pequeños momentos que al final son los que importan.
Sin duda una de las mejores secuencias de toda la serie es el final del capítulo 3 de la cuarta temporada cuando la familia al completo decide quemar viejos recuerdos de la casa anclada en los años setenta del siglo pasado. Let's burn it all!, sugiere Claire, y la escena funde a una hoguera hecha en el jardín al anochecer. La chica sube a su habitación para poner una canción de Radiohead, Lucky, y saca su cámara fotográfica para hacer fotos del momento mientras oímos estrofas como It's gonna be a glorious day / I feel my luck could change (va a ser un día glorioso, siento que mi suerte puede cambiar) Todos miran absortos a la hoguera hipnotizados por las llamas y el espectador siente que a partir de ahora todo puede cambiar como dice la canción pero es una falsa esperanza: las heridas son tan profundas que el dolor avanza con fuerza hacia el gran llanto que es el final de una serie que tuvo su justa medida y que Alan Ball supo acabar a tiempo en su quinta temporada y no prolongar innecesariamente este trabajo como hizo HBO con la bastante fallida True Blood firmada por el mismo autor. La clave es la canción de Radiohead, la música en la serie está siempre muy bien elegida y sirve para sostener el relato, que habla de un soldado moribundo que recuerda a su chica mientras agoniza muriendo por defender los intereses del Imperio Norteamericano. Esperemos que la cadena siga contando con este guionista y director y le encargue un trabajo más a su medida y no sujeto a las normas de la comercialidad como la de los vampiros.
Spoiler alert!: Esta secuencia es clave. Si no has visto la serie te recomiendo que no la veas. Si te interesa escuchar el tema de Radiohead Luck pulsa aquí.
Finalmente, y sin contar nada de la trama, quiero acabar con la secuencia final de la serie que es un viaje iniciático por la vida de proporciones homéricas a través de los ojos de Claire que ya queda fuera de la serie pero sigue en la mente del espectador. Extrañamente se siente tristeza porque son los minutos finales de una serie sin duda extraordinaria pero al mismo tiempo complicidad con el escritor por ver cómo son los finales vitales de todos los personajes. Es una suerte de evocación para que pensemos en cuál será el nuestro al mismo tiempo que sonreímos con el ajeno imaginando la vida entera que hubo en medio. A quien no haya visto la serie se la recomiendo, ya sabe las maneras de conseguirla que existen a día de hoy pero les aconsejo que sea en su versión original, y a quien la haya visto en su tiempo que lo vuelva a hacer ahora para que note que ésta no sólo no se ha quedado vieja sino que, por los sentimientos expresados en ella, es más actual que nunca. A quien pudiera estar sintiendo ahora algún tipo de dolor interno puede que esta serie le ayude a reconocer su procedencia porque si algo es Alan Ball, sin quitar mérito a su grupo de guionistas, es un completo conocedor del alma humana.

Posdata: Dedico este post a esas personas que me han expresado su cariño estos meses, ya sea de manera física o virtual.