24 abril 2016

El horror


Hay novelas que se ven superadas en su texto cinematográfico. Pocas pero las hay. Sin duda, leer El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad no es un ejercicio tan pleno como ver las dos horas y media de la mejor película de Francis Ford Coppola, Apocalypses Now. Producida en unas situaciones excepcionales, rodada casi sin guión, con un Marlon Brando en el momento más maduro de su carrera pero menos centrado y un reparto todo el día abusando de la droga y el alcohol en lo que les parecía unas vacaciones pagadas en un destino exótico, el texto de Coppola fue una buena actualización de las expansiones coloniales del siglo XIX británicas en África expuestas por Conrad por las de Estados Unidos en la segunda mitad del XX. El horror, el horror acabará diciendo Brando en uno de sus mejores papeles como el Coronel Kurtz en esta ficción. Mi explicación de por qué disfruto de cosas así: porque son cuestiones narrativas, que mediante éstas se puede analizar el fondo del cerebro humano sin que nadie resulte dañado y es un buen ejercicio para conectar la amígdala, la pare del cerebro más antigua, con el neocortex que apenas tiene unos cientos de miles de años. Sin embargo, El Monstruo ha estado estos días acechándome y no era el fantasma del Coronel Kurtz.

Un horror más real y menos literario me ha tocado el corazón y me ha llevado a escribir esto. No soy una persona morbosa, todo lo contrario, y cuando oigo temas de asesinatos, violencia y víctimas apago la radio o paso la página de Internet. Lo hago por pudor y por respeto a los que han sufrido estos casos. Ahora que lo pienso, sí había oído hablar de cierto personaje pero mi pudor ante estas cosas lo había borrado. Estoy hablando de Luis Alfredo Garavito apodado El Monstruo, un asesino en serie colombiano que, estando de momento preso, se jacta aún de haber violado, asesinado y descuartizado a algo más de 200 menores de 16 años entre 1993 y 1999. Muchos de esos asesinatos siguen sin haber sido juzgados y muchas de sus víctimas sin identificar. Ocurrió en un país donde hay muchos niños en la calle que no valen nada, en un momento de guerrillas, de escuadrones de la muerte, cárteles de la droga y una corrupción política galopante que hacía que los esfuerzos policiales no se ocupara de otra cosa. Este miserable asesino se aprovechó de estas circunstancias para pasar desapercibido durante años hasta que saltaron los cientos de cadáveres, no enterados sino dejados como el mimos asesino llega a decir. Jon Sistiaga, para el Canal Cero del cable de Telefónica, le hizo una entrevista la cual me atrajo por la personalidad de este malnacido y con una pregunta que me invadía el cerebro y que no me dejaba pensar con claridad en otras cosas más cotidianas: ¿qué demonios puede haber dentro de la cabeza de un humano para ser capaz de hacer esto, seguir vivo y no sentir un remordimiento expreso.
¿Qué sucedió para que decidiera ver esta entrevista? Escuchar unos cortes de voz, sin ponerle cara alguna al individuo en ese momento, en la que Sistiaga arremetía contra él durante la entrevista diciéndole que parecía más un simpático profesor de filosofía que un asesino capaz de provocar tanto dolor. Como pude ver luego Garavito reía animosamente en este momento mientras Sistiaga lo miraba con su ojo derecho dominante sin hacerle gracia lo que se decía y sin responder Garavito al propósito mismo de la entrevista: ¿por qué había sido capaz de cometer esos actos tan atroces? Uno sólo de sus repugnantes actos, con mucho menos daño, ensañamiento y violencia, hubiera sido suficiente para que una persona con un mínimo de humanidad viviera amargada el resto de su vida, o decidiera dejar de vivirla, mientras que, de una manera fría, Garavito especulaba con su puesta en libertad en un país como Colombia que, haciendo gala de un código penal civilizado, no contempla la cadena perpetua ni la pena de muerte. He pensado, por ejemplo, hasta qué punto no habremos fracasado irremisiblemente como humanidad y lo imposible de ser verdaderamente humanos en algún día cercano.

Jon Sistiaga acusó en un momento, editado en los cinco minutos finales del vídeo donde va la conclusión, que si Garavito le estaba manipulando. En un montaje teatral el presentador y director de la entrevista se levanta y deja con la palabra en la boca al asesino. Momento que me dio mucho qué pensar: no sólo aquellas palabras de Garavito sobre el profesor enrollado de filosofía me manipularon para buscar la manera de ver lo que tenía qué decir este desgraciado asesino sino la misma productora del programa por incluir una entrevista en un medio de radio y por el montaje de la misma completamente teatralizado. Respeto a quién le interese estos géneros y puedo decir que hasta me puede parecer algo informativo el programa pero, desde mi punto de vista, no se deja de abusar de la manipulación y el sensacionalismo. Se decía, por ejemplo, que Garavito era el mayor asesino en serie de la historia de la humanidad como si toda la historia estuviera fehacientemente documentada y como si, por ejemplo, muchos castellanos a título personal no hubieran asesinado a cientos y cientos de indígenas en el territorio mismo donde cometerá sus horrores Garavito quinientos años más tarde. Por mucho que la factura del programa la pague Telefónica ese tipo de cosas, bajo mi punto de vista, sobran. Se pueden vender las cosas sin morbo y ya tengo claro que, nuevamente, por éste no voy a volver a ver este tipo de productos primero porque no me han ido nunca y, segundo, porque ahora lo que busco es la vida y huyo del dolor como alma que persigue el diablo.

Sigo sin haber hallado la respuesta que me llevó a ver esta entrevista y que se encendió en mi cerebro al escuchar el nombre de Garavito, al ver el modo de psicópata de actuar y la absoluta falta de empatía que se puede llegar tener respecto al dolor ajeno. Yo he hecho daño, a mi me lo han hecho muchas veces y he observado el placer por el sufrimiento provocado que sentía este asesino sobre sus víctimas sintiendo la falta de piedad hacia mi dolor salvando las distancias, pero cuando me he dado cuenta de lo que he podido hacer he generado remordimientos que me van a acompañar toda la vida. Y no he matado ni mataré a nadie. Precisamente, lo que quería saber es por qué se puede provocar un dolor tan intenso en otras personas y sentir un inmenso placer con ello. No lo sé ni ya quiero saberlo. Quizá la respuesta que me he encontrado es la de reforzar algo que llevo mucho tiempo pensando: que nuestra sociedad está enferma, que los sentimientos de con-pasión han dejado de ser socialmente adaptativos y que seguramente no tendremos remedio, por lo menos durante unas cuantas miles de generaciones más.

Estas muertes absurdas, ver a algunos familiares exquisitamente elegidos para servir a los fines de la productora exponiendo que nunca volverán a ser normales y sentir que me pasan cosas buenas, que me precio de tener el cariño de personas que son generosas con sus sentimientos y la posibilidad de pasear todavía bajo el sol muchos días hacen que me precie en tener gratitud por algo: en el que estoy vivo, soy afortunado, puedo disfrutar de las pequeñas cosas y todos los días soy capaz de reír. Y, sobre todo, de buscar otras cosas que me producen más alegrías en un tiempo que parece que decir que agradeces lo que tienes y te sientes alegre produce hasta envidia. El horror de los cerebros enfermos, nada empáticos, que disfrutan porque no estás bien y del daño que hacen. Huyo de ellos, sin lamentarme de los que no huí en su momento.