03 octubre 2007

La hora de los servicios públicos de correos


Hace unos buenos meses, durante la campaña del rancio referéndum español para votar la Constitución Europea, me extrañó mucho ver a una persona que admiro y por la que siento bastante empatía como Rosa Regás defendiendo este neoliberal proyecto de constitución creado a medida de los mercaderes del mundo. Yo a Zapatero, como a todos los socialistas, los creo más cuando se ponen a defender este tipo de cosas que cuando hacen medidas tímidamente sociales como las que están mostrando con los cheques regalo estos días con puros fines electoralistas. A Rosa Regás, sin embargo, no se lo tuve en cuenta por su trayectoria anterior y posterior y porque aquello pudiera ser una chifladura del momento. Durante una buena época se quería ver en este tipo de estructuras supranacionales una fórmula que serviría para desarrollar mejor los localismo en democracia al crear estructuras que estuvieran por encima de los nacionalismos excluyentes. La construcción de la Unión Europea está en manos de los grandes tiburones neoliberales y es más de lo mismo, sino peor, porque deja los derechos sociales bajo la perversa etiqueta de los servicios que dan un gran poder a las empresas para comercializar y hacer susceptible de capitalizar todo. En este sentido la denostada Directiva Blokestein profundiza el valor que los llamados servicios tienen para las grandes concentraciones del capital. El no francés y holandés al farragoso texto de la Constitución Europea ha paralizado que se lleve adelante esta aberración hasta estos momentos.

Durante muchos años nos prometieron que poniendo en manos privadas sectores como el de las telecomunicaciones, los transportes, el suministro energético o el de carburantes los precios se abaratarían y los consumidores saldríamos beneficiados. Ahora seguimos pagando esos suministros a empresas mafiosas transnacionales que, tras impresionantes concentraciones de capital, hacen lo que les da absolutamente la gana con nosotros y se está enriqueciendo de una manera exponencialmente más grande a como nunca lo habían hecho en la historia. Ahora, la misma Unión Europea, mientras se prepara la privatización mundial de la educación o la sanidad por organizaciones no democráticas como la Organización Mundial de Comercio, ha anunciado que ha llegado la hora de los servicios postales europeos. A partir de 2011 no podrá moverse una carta en el espacio común de los 26, salvo algunas excepciones, sin que una empresa privada pueda hacerlo en competencia. La consecuencia más directa será que determinados envíos que en España cuestan 50 céntimos, como las cartas de menos de 50 gramos de peso, se acabarán pagando mucho más caros y la actual universalidad de estos servicios acabará dejando de existir. Ya ha pasado antes y ya veremos como va a pasar con esto también. Desde hace mucho tiempo no me creo el cuento de la supuesta libre competencia y los beneficios para los consumidores. El hecho mismo de que no llamen así, consumidores, nos deja a la altura de la mercancía para no decirnos ciudadanos. Nos valoran por nuestra capacidad de consumir y no por la de pensar y actuar políticamente. El lenguaje de la economía neoliberal es particularmente sutil aunque violento de fondo.

Hace mucho mucho tiempo que no envío una carta de papel, si tuviera que pegar un sello en un sobre igual hasta me partiría una uña, y sin embargo escribo a gente conocida, y no tanto, bastantes veces al día. El hecho de que no me afecte muy directamente esta privatización no hace que me deje de molestar mucho los que se vaya a hacer. Los Estados soberanos están obligados a aplicar por el morro directivas como esta, quieran o no, que se deciden en reuniones, que llaman informales, por una Comisión Europea que no está elegida democráticamente por los ciudadanos sino que es fruto de consenso, más bien de pactos, de los grupos de poder que se encuentran en Bruselas. La economía neoliberal se impone a base de estos sutiles y sibilinos golpes autoritarios como este último de la privatización de los servicios postales en Europa. Pareciera como que no haya una alternativa a este pensamiento único cuando esto no es cierto. Si los ciudadanos pudiéramos tener la posibilidad de hablar sobre estas iniciativas y tuviéramos el poder de echarlas para atrás pronto veríamos que, en efecto, otro mundo es posible. Y no sólo deseable como sentimos ahora.


Cuentos y Noticias de Canarias, 3 de octubre de 2007.