08 junio 2011

La crisis del pepino


La crisis desatada por el veto alemán de los pepinos y otros productos agrícolas españoles por el tema de la bacteria E.coli que provocó más de una decena de muertes en aquel país deja ver, una vez más, la fragilidad de la economía española o por decirlo más gráficamente ésta está pillada apenas con alfileres. En un mundo torpemente globalizado debería saltar primero como una alarma que veamos como algo natural que una hortaliza se produzca de manera totalmente intensiva para ser consumida a más de 5 mil kilómetros de distancia por compradores que ignoran completamente la cadena por la que ese producto llega hasta sus casas. El coste oculto de este pepino que se vende en los supermercados de Centro de Europa es tan grande, mano de obra barata en origen, transporte o gasto energético, que desde una lógica humana sencilla este tipo de estrategias comerciales serían desechadas por ser descabelladas y lo que es más importante: insostenibles a largo plazo. Nos enfrentamos, sin embargo, a la lógica del capital que no sólo contradice a la del sentido común haciendo parecer la suya como común y nos aleja de toda posibilidad de una soberanía alimentaria.
La verdad que lo que le ha pasado a todo el sistema agrario español, y a los servicios auxiliares como el transporte que conlleva, no es algo para celebrar sino todo lo contrario y es una catástrofe más que tiene que soportar una economía no sólo mal orientada sino tradicionalmente parcheada que no tiene perspectiva de futuro sino una visión a muy corto plazo que implica unos costes sociales y ambientales que acabaremos pagando los de siempre que, precisamente, son los que no sacamos beneficio alguno con todo esto. Sin embargo estos días hemos tenido que tragar como algo normal el hecho que haya que defender los intereses completamente privados de empresarios agrarios por mucho trabajo que produzca, la calidad de este tipo de empleos deja bastante que desear y merece por sí sola un análisis aparte, antes que el derecho a la salud de las personas. Yo no sé cómo de bien o mal actuaron las autoridades alemanas del Länder de Hamburgo que prohibió las hortalizas españolas, eso es algo que se me escapa completamente, pero lo que se puede ver es que éstas estaban motivadas, entre otro posible tipo de cuestiones, por la defensa de la salud de los ciudadanos ante una alarma tan grande que había provocado 14 muertes en el momento del veto agrícola. Que las administraciones se preocupen de la salud de las personas antes que de los intereses comerciales privados es algo que no debería de escandalizar a nadie salvo que se sea fiel creyente de todas las imposiciones que ha hecho la Organización Mundial del Comercio a favor de los intereses del capital o que la Organización Mundial de la Salud haya acabado en manos de determinados lobbies que defienden intereses ocultos.
La soberanía alimentaria absoluta en un mundo como el de hoy en día es algo completamente imposible pero es algo que como entelequia merece la pena tomar partido y así, quizás, la crisis de los pepinos españoles que ha afectado al sistema de producción agrícola estos días se podría haber minimizado. El mundo va a necesitar siempre del comercio para que todos los pueblos mejoren en calidad de vida, un comercio que para los países empobrecidos bajo criterios de comercio justo es siempre una oportunidad, pero una agricultura más racional, con sistemas de explotación menos intensivos y más cercanos al consumidor, se hace necesaria. Quién eche una vista a ojo de satélite a la zona de Almería que es una especie de granero de Europa, El Ejido, se dará cuenta de la bomba de relojería que durante años se ha estado formando ahí. Todavía se recuerdan los sucesos racistas que asolaron a esta población a principios de este siglo XXI  y dan mucho que pensar tras el triunfo del PP, un partido que ha hecho de manera irresponsable campaña con la criminalización de la inmigración y la incitación a la xenofobia, y habría que cruzar los dedos para que en estos tiempos de crisis no se repitan. La pregunta viene enseguida a la mente: ¿qué sería de estas fortunas que se han amasado en sectores como este sin la mano de obra inmigrante que muchos culpan de todas las desgracias pero que en la mayoría de los casos han significado una mano de obra perfecta para los empresarios con menos escrúpulos? Sin duda estas no existirían pero mientras se siga con esta doble moral, que la inmigración es el mal de todo pero resulta ser carne fácil para la explotación pues no reclaman sus derechos, las cosas se pueden poner muy mal.
Hace unos años pinchó el ladrillo, un sistema por el que se amasaron muchas fortunas que ahora parecen haberse disipado para refinanciar España, y ahora el sistema agrícola parece estar tocado también aunque esperemos que se reconvierta con criterios de sostenibilidad aunque esto parece muy complicado por la estrechez de miras de empresarios incapaces de mirar un poco más allá de la riqueza inmediata. Después de esta crisis vendrá una etapa de crecimiento, que apaciguará las demandas de los mercados financieros y todo volverá a una bonanza aparente hasta la siguiente crisis cíclica, en un mundo que ya ha agotado su modelo anterior y que jamás volverá a ser como el que antes fue. Es tiempo de que todo cambie pero esto, desgraciadamente, es muy difícil que suceda mientras sea posible que gente sin escrúpulos se enriquezca rápido y a cualquier coste. Y se los dice alguien que no es un erudito en historia pero que vive en Canarias, islas que son el paradigma del caciquismo sostenido durante siglos en una región donde las élites dominantes ejercen el derecho de pernada en todo su territorio y son las culpables absolutas de su degradación social, económica y ambiental.
Canarias 24 Horas, 6 de junio de 2011.