Sé
que en este mundo torcido, sin ética y en el que millones de
personas sufren todos los días, como el millón y medio de
palestinos que viven en el campo de concentración judío de la
franja de Gaza al que están masacrando día a día y al que se puede
describir con la palabra genocidio sin rubor, hablar del
respeto a los animales puede llegar a ser hasta molesto. Es cierto,
con lo que en el mundo desarrollado gastamos en mascotas
probablemente vivan dignamente millones de niños en la parte del
mundo que permanece explotada pero, seguramente, este es otro tema
opuesto al que nos referimos en este texto. De igual manera que el
respeto, por lo menos en el papel, de determinados derechos
fundamentales como son los Derechos Humanos ha progresando en los
últimos siglos de la humanidad, el respeto a otro seres vivos que
comparten este mundo con nosotros se habrá de hacer extensivo a las
otras especies que viven con nosotros.
Sin
haber siquiera visto el índice del libro de Jesús Mosterín El
triunfo de la compasión más que alguna reseña, algún vídeo y
una entrevista por la radio debo decir que parece un texto valiente,
filosóficamente serio y que parte del conocimiento científico más
que del moral. La tesis central del ensayo se basa en la idea de que
a medida que las sociedades han ido avanzando hacia una suerte de
Ilustración que nos ha ido tocando vivir, el respeto por
otros seres vivos se fue haciendo extensivo salvo en España donde no
existió este fenómeno del pensamiento truncado por el Borbón
Fernando VII que no sólo protegió costumbres bárbaras como la de
la corrida de toros sino que además reinstauró la Santa Inquisición
y el Absolutismo hace menos de 200 años. Las corridas de toros eran
habituales en toda Europa, en Francia, Italia y sobre todo Inglaterra
aunque ahora nos parezca extraño, antes de la Ilustración se
extendiara por Europa. El debate que se ha vivido hace unos pocos
años, el hecho que en Cataluña se hayan prohibido este tipo de
espectáculos primitivos, ya se dio en estos países hace dos siglos.
Nada nuevo bajo el sol salvo que la barbarie intelectual sigue
vigente en España más fuerte que nunca a pesar que a todos nos
parezca normal espectáculos tan repugnantes como las corridas
de toros debido a que una sociedad inmensamente cruel con los
animales nos lo ha impuesto culturalmente como algo propio de nuestra
cultura cuando esto no es así.
La
mayoría de las veces, y con razón, ciertos colectivos animalistas
aparecen sobredimensionados, suenan ridículos y tienen perspectivas
completamente alejadas de la realidad. Aunque he conocido a algunos
magníficos como personas he tenido relación con algunos veganos,
personas cuyas dietas les impide comer nada que tenga que ver con la
explotación animal en un sentido muy amplio, mantenerse
completamente alejados de los problemas sociales pues lo suyo más
que un compromiso con la sociedad por no comer animales es un
trastorno alimentario que tiene que ver más con la ortorexia, cierta
obsesión por comer sano juzgando lo que comemos los demás, que otra
cosa. Particularmente no creo que haya que mantener una postura en la
vida que predique la absoluta igualdad entre todos los seres vivos de
la Tierra, cosa que no es real, sino que siendo los humanos los seres
que mayor consciencia tenemos de todos los que habitamos en este
planeta, tenemos una inmensa responsabilidad por la preservación de
las otras especies y de gran diversidad animal que hay en el planeta.
La
racionalidad de los sistemas sociales y de la explotación de los
recursos naturales y económicos que existen en este mundo de más de
7 mil millones de habitantes no es el mejor que podría ser y hay que
afirmar que esta lógica del sistema capitalista nos llevará, tarde
o temprano, al colapso sino no ponemos remedio a todo ello. En
concreto, el sistema alimentario está diseñado para que unas pocas
empresas se lleven gran parte del pastel que se mueve en todo el
mundo mientras la gente de los países más desarrollados morimos de
obesidad al tiempo que en los menos desarrollados mueren de hambre
gracias a que en el planeta se ponen grandes recursos para la
agricultura, dando de comer a vacas que producen una huella ecológica
muy importante, al tiempo que millones de personas no han visto un
filete de carne en su vida. Que deba de ser controlada y que el
abismo en el que nos hallamos a día de hoy no sea sostenible a largo
plazo no quiere decir que la industria alimentaria basada en los
productos animales, seguramente uno de los triunfos mayores de toda
la humanidad, tenga que ser eliminada por completo. Lo que urge, si
embargo, es una racionalización más que inmediata como de
racionalización se necesita la mayoría de los aspectos de la vida.
Este es el sentido que muchos movimientos animalistas me llega a
molestar y que no sólo es que sea utópico sino que está cargado de
un romanticismo ingenuo y hasta en cierto punto peligroso pues se
ignora hasta cierto punto las necesidades reales de un mundo
sobredimensionado y en el que en estos momentos viven más personas
de todas las que hayan existido desde la aparición de la rama de los
homínidos hace millones de años.
Abolir
las corridas de toros y todos los festejos salvajes basados en el
maltrato animal es un proceso necesario al que todas las sociedades
más o menos avanzadas parecen abocadas a llegar en un momento dado.
No se puede comparar basándonos en similitudes de ADN o de
proximidad con el género humano el primate más avanzado que pueda
estar sufriendo en una selva del Congo con el niño más indefenso
que muere asesinado en la playa porque un misil judío le persigue,
antes este tipo de cosas yo siempre defenderé el derecho del ser
humano por muy miserable que haya sido en su vida, pero una sociedad
que acepta como próxima a cualquier especie viviente de este planeta
es más humana de la que no lo hace. Ese es quizá el objetivo de
este texto: el señalar que la nuestra es una sociedad que está
todavía muy atrasada en relación a los países de su entorno y que,
sin duda, el trato que dispensa a los otros animales es una prueba
fundamental que avala este razonamiento.