21 julio 2014

El trato hacia los animales y las sociedades


Sé que en este mundo torcido, sin ética y en el que millones de personas sufren todos los días, como el millón y medio de palestinos que viven en el campo de concentración judío de la franja de Gaza al que están masacrando día a día y al que se puede describir con la palabra genocidio sin rubor, hablar del respeto a los animales puede llegar a ser hasta molesto. Es cierto, con lo que en el mundo desarrollado gastamos en mascotas probablemente vivan dignamente millones de niños en la parte del mundo que permanece explotada pero, seguramente, este es otro tema opuesto al que nos referimos en este texto. De igual manera que el respeto, por lo menos en el papel, de determinados derechos fundamentales como son los Derechos Humanos ha progresando en los últimos siglos de la humanidad, el respeto a otro seres vivos que comparten este mundo con nosotros se habrá de hacer extensivo a las otras especies que viven con nosotros.
Sin haber siquiera visto el índice del libro de Jesús Mosterín El triunfo de la compasión más que alguna reseña, algún vídeo y una entrevista por la radio debo decir que parece un texto valiente, filosóficamente serio y que parte del conocimiento científico más que del moral. La tesis central del ensayo se basa en la idea de que a medida que las sociedades han ido avanzando hacia una suerte de Ilustración que nos ha ido tocando vivir, el respeto por otros seres vivos se fue haciendo extensivo salvo en España donde no existió este fenómeno del pensamiento truncado por el Borbón Fernando VII que no sólo protegió costumbres bárbaras como la de la corrida de toros sino que además reinstauró la Santa Inquisición y el Absolutismo hace menos de 200 años. Las corridas de toros eran habituales en toda Europa, en Francia, Italia y sobre todo Inglaterra aunque ahora nos parezca extraño, antes de la Ilustración se extendiara por Europa. El debate que se ha vivido hace unos pocos años, el hecho que en Cataluña se hayan prohibido este tipo de espectáculos primitivos, ya se dio en estos países hace dos siglos. Nada nuevo bajo el sol salvo que la barbarie intelectual sigue vigente en España más fuerte que nunca a pesar que a todos nos parezca normal espectáculos tan repugnantes como las corridas de toros debido a que una sociedad inmensamente cruel con los animales nos lo ha impuesto culturalmente como algo propio de nuestra cultura cuando esto no es así.
La mayoría de las veces, y con razón, ciertos colectivos animalistas aparecen sobredimensionados, suenan ridículos y tienen perspectivas completamente alejadas de la realidad. Aunque he conocido a algunos magníficos como personas he tenido relación con algunos veganos, personas cuyas dietas les impide comer nada que tenga que ver con la explotación animal en un sentido muy amplio, mantenerse completamente alejados de los problemas sociales pues lo suyo más que un compromiso con la sociedad por no comer animales es un trastorno alimentario que tiene que ver más con la ortorexia, cierta obsesión por comer sano juzgando lo que comemos los demás, que otra cosa. Particularmente no creo que haya que mantener una postura en la vida que predique la absoluta igualdad entre todos los seres vivos de la Tierra, cosa que no es real, sino que siendo los humanos los seres que mayor consciencia tenemos de todos los que habitamos en este planeta, tenemos una inmensa responsabilidad por la preservación de las otras especies y de gran diversidad animal que hay en el planeta.
La racionalidad de los sistemas sociales y de la explotación de los recursos naturales y económicos que existen en este mundo de más de 7 mil millones de habitantes no es el mejor que podría ser y hay que afirmar que esta lógica del sistema capitalista nos llevará, tarde o temprano, al colapso sino no ponemos remedio a todo ello. En concreto, el sistema alimentario está diseñado para que unas pocas empresas se lleven gran parte del pastel que se mueve en todo el mundo mientras la gente de los países más desarrollados morimos de obesidad al tiempo que en los menos desarrollados mueren de hambre gracias a que en el planeta se ponen grandes recursos para la agricultura, dando de comer a vacas que producen una huella ecológica muy importante, al tiempo que millones de personas no han visto un filete de carne en su vida. Que deba de ser controlada y que el abismo en el que nos hallamos a día de hoy no sea sostenible a largo plazo no quiere decir que la industria alimentaria basada en los productos animales, seguramente uno de los triunfos mayores de toda la humanidad, tenga que ser eliminada por completo. Lo que urge, si embargo, es una racionalización más que inmediata como de racionalización se necesita la mayoría de los aspectos de la vida. Este es el sentido que muchos movimientos animalistas me llega a molestar y que no sólo es que sea utópico sino que está cargado de un romanticismo ingenuo y hasta en cierto punto peligroso pues se ignora hasta cierto punto las necesidades reales de un mundo sobredimensionado y en el que en estos momentos viven más personas de todas las que hayan existido desde la aparición de la rama de los homínidos hace millones de años.

Abolir las corridas de toros y todos los festejos salvajes basados en el maltrato animal es un proceso necesario al que todas las sociedades más o menos avanzadas parecen abocadas a llegar en un momento dado. No se puede comparar basándonos en similitudes de ADN o de proximidad con el género humano el primate más avanzado que pueda estar sufriendo en una selva del Congo con el niño más indefenso que muere asesinado en la playa porque un misil judío le persigue, antes este tipo de cosas yo siempre defenderé el derecho del ser humano por muy miserable que haya sido en su vida, pero una sociedad que acepta como próxima a cualquier especie viviente de este planeta es más humana de la que no lo hace. Ese es quizá el objetivo de este texto: el señalar que la nuestra es una sociedad que está todavía muy atrasada en relación a los países de su entorno y que, sin duda, el trato que dispensa a los otros animales es una prueba fundamental que avala este razonamiento.