No suelo hablar de mis cuestiones personales pero para poder seguir escribiendo esto, y decir por qué me he vacunado de la COVID-19, tengo que explicar que, según el enésimo plan de vacunación del Ministerio de Sanidad del gobierno español, estoy considerado un trabajador con una función social esencial menor de 56 años. En este enlace, que hay que mirar con cautela porque debido a la ineptitud del gobierno y a serios problemas de suministros de vacunas cambia a menudo, se explica el plan que se está desarrollando en este momento. Es un plan netamente burocrático, falsamente garantista y con posibilidades de hacerse eterno. Destacar que ni soy obispo, ni militar de alto rango, ni político corrupto, ni del PP murciano, ni hijo de rey o infante sino uno de esos millones de trabajadores completamente necesarios que llevamos meses expuestos al contagio por lo que mi turno de vacunación, en la lógica de este triste gobierno, es completamente justo.
He sido vacunado con AstraZeneca con una primera dosis hace una semana cuando escribo esto, la siguiente será tras diez o doces semanas después del primer pinchazo para que este preparado sea eficaz y proteja lo máximo posible, y lejos de expresar quejas o algún tipo de duda solo tengo que decir que me siento una personal completamente privilegiada en estos momentos. La AstraZeneca es una buena vacuna, como las cuatro aprobadas por la EMA en este momento, aunque otra cosa cabría decir de la actitud mafiosa de la empresa sueco británica que ha usado el dinero adelantado por UE para su desarrollo y ahora está plegada al mercado pirata internacional de dosis de vacunas vendiendo las nuestras al mejor postor. En todo caso he sido de las primeras 200 mil personas inoculadas en Canarias, estoy entre los primeros seis millones de pinchazos en España y entre los primeros 400 millones mundiales con los que se ha comenzado el proceso de inmunización en todo el planeta contra la COVID-19. Independientemente si este proceso significa o no el control y la desaparición de esta enfermedad en el planeta solo puedo decir que he tenido mucha suerte, sobre todo teniendo en cuenta que cientos de millones de personas no van a ser vacunadas en este 2021, ni en 2022, ni, seguramente, en 2023 si seguimos este lento proceso de vacunación y no se liberan las patentes, desarrolladas con dinero público en empresas privadas que ahora valen billones en bolsa, porque parece de lo que se trate es de maximizar las cuentas de resultados de las farmacéuticas y no la salud global de los más de siete mil millones de habitantes de este planeta.
En mi entorno he notado que la idea de algunos no vacunados es que he sido timado, que me ha puesto la vacuna mala y que prefieren esperar por las pata negra de Moderna y Pfizer basadas en ARN mensajero. Sin duda, la sociedad de mercado ha hecho mucha mella en el imaginario de las gentes como si el mercado de las vacunas fuera el lineal de yogures del supermercado en el que pueden elegir su favorito que es de tipo griego con bífidus, trozos de fruta, azúcar de caña y un cuenquito con cereales. La vacunación de la COVID-19 es uno de los mayores retos a los que, posiblemente, se ha enfrentado la humanidad y debemos ser conscientes de ello. Con este proceso se trata de maximizar al grupo, con la famosa inmunidad de rebaño, y no al individuo como muchos indecentes reyes y obispos piensan cuando son capaces de saltarse su turno de vacunación. Unos turnos completamente necesarios en estos momentos porque las vacunas son ahora el bien más escaso, totalmente susceptible a especulación, que existe en este planeta.
Mi experiencia con los efectos secundarios de AstraZeneca, completamente personal e intransferible, es en general bastante positiva. A las 14 horas tuve cierta flojera de estómago, fiebre hasta los 38, dolor de cabeza y sensación de que me habían molido todo el cuerpo hasta debajo de las uñas. Tras años sin tomar más alcohol que una caña de vez en cuando la sensación fue de borrachera por la fiebre durante toda la noche. Al día siguiente no fui a trabajar porque, aunque los antipiréticos me habían bajado la fiebre, estuve la mayor parte del día con dolor de cabeza y dolores musculares. A las 36 horas no tenía síntoma alguno. Los síntomas fueron completamente soportables porque, en mi caso, he soportado medicaciones muy duras durante años con muchísimos más efectos secundarios y esta pequeña gripe, que en el fondo es lo que he pasado, habrá valido la pena porque pronto seré inmune. Este es un momento de cuidarme aún más: si en 12 meses he evitado contagiarme en las semanas que me quedan debo ser exquisito porque de poco habrá valido todo este tiempo si ahora caigo enfermo. Entre la desinformación y en sensacionalismo que ha circulado sobre AstraZeneca, todas las vacunas en general, y el hecho claro que somos una sociedad melindrosa que huimos como locos de cualquier mínimo sufrimiento tolerable se ha creado una sensación negativa hacia las vacunas de la COVID-19. Tenemos que cambiar esta percepción, no sé si las vacunas serán la salvación a esta terrible crisis pandémica pero es seguro que serán una pieza fundamenta para ello.
En España dependemos, como siempre, de la voluntad de otros en el caso de las vacunas. Que invente ellos siguen pensando los políticos y grandes empresarios mientras los jóvenes tienen tasas insoportables de paro, la generación más preparada de la historia trabajan de camareros para guiris y los grandes cerebros de ciencia se tienen que marchar del país aunque los de siempre se siguen forrando. Tristemente, la vacuna españolas tardarán mucho en aparecer porque la derecha liberal de PP y PSOE, ahora también con la ayuda de Podemos, ha dejado de invertir en educación, sanidad e I+D durante las últimas décadas y ahora estamos en la vanguardia de la restauración mundial y en la cola de la biotecnología. Los equipos españoles que trabajan en su versión de vacuna han tenido que poner dinero personal para ello, han tirado de voluntarios para poder trabajar y han tenido que llamar como colaboradores a personal ya jubilado. Debemos de avergonzarnos no solo de los gobiernos pasados sino del actual, que se dice progresista pero que no lo es, porque con su ineptitud e incompetencia han condenado y condenarán la vida de millones y millones de personas.
¡Hay que vacunarse ya! Ahora mismo yo soy un privilegiado y no quiero serlo. En estos momentos de la película deberíamos de estar pinchado en España alrededor de dos millones y medio de personas por semana pero esto no sucede porque no hay vacunas suficientes, porque las autoridades son totalmente incompetentes y porque no hay valor para enfrentarse a las mafias de las farmacéuticas, expropiar sus patentes y generalizar la vacunación en todos los lugares y en todas las aldeas, hasta las más recónditas, del planeta. Es exigible a las autoridades mayor diligencia y menos propaganda política y electoral y que se centren en lo mal que lo están pasando millones de personas. Esto no va de que el PP tiene que comprar los restos de Ciudadanos, que el PSOE tiene que liquidar a Podemos para sobrevivir a la extrema derecha o que en Podemos se olvidaron ya de lo que prometían en las plazas y están ahora protegiendo sus sueldos, chalets y privilegios adquirido en estos últimos años después que saltara el esperpento de Murcia y la dimisión de la falangista de Ayuso. Esto va de la salud física, mental y económica de millones de personas que dependemos de un simple pinchazo. Qué se ponga a trabajar de una vez y se dejen de conspirar los unos con los otros y de dejar atados, y bien atados, sus sueldos, chalets y privilegios.