02 junio 2008

Sus nombres en vano


Andar por algunas de Santa Cruz de Tenerife, segunda ciudad en importancia del Archipiélago Canario, puede resultar más sucio que pasear por aquellas urbanizaciones en las que los guarros de los dueños de los perros dejan los excrementos de éstos sin recoger y como monolitos campan por todas partes. Que la calle más importante de la isla, en forma de rambla, se llame todavía General Franco, que hace pocos años se haya reparado con cargo a los presupuestos del ayuntamiento de Santa Cruz un monumento al dictador que debía haber sido desmantelado, que el monumento a los caídos por el bando nacional no se haya eliminado de la remodelación de la plaza que está frente al cabildo o que fascistas como Santiago Cuadrado o el General Mola tengan sus calles no sólo es aberrante después de 33 años de la muerte del dictador sino que entra en la lógica del sistema. Las raíces históricas y profundas de ATI no se encuentran en los movimientos nacionalistas sino que están relacionadas directamente con el franquismo. Muchas de las familias políticas y caciquiles adscritas a este partido hicieron su nombre y fortuna a la sombra del dictador y le deben a él todo lo que son ahora mismo. Luis Mardones, de formación falangista, es el paradigma de la desmemoria canaria pues fue homenajeado en su marcha como diputado del Congreso por CC cuando él fue el Gobernador Civil en 1977 cuando el asesinato del estudiante Javier Quesada en manos de los grises en el hall de la Universidad de La Laguna. Alguna responsabilidad en este acto tendría cuando en esa época era el cargo político más importante de la provincia.
En una tierra donde se ha condenado secularmente al destierro, por causas económicas o de pensamiento, a la inmensa mayoría de nuestro potencial intelectual y cultural resulta cuando menos chocante la apropiación que el poder está haciendo de determinados personajes como Benito Pérez Galdós, Oscar Domínguez, Luis Feria, Pedro García Cabrera o César Manrique. Que en Santa Cruz, a dos paradas del tranvía de la rambla del dictador, un contenedor nada cultural marcado por el despilfarro se vaya a llamar Centro de Arte Oscar Domínguez no deja de ser algo irónico. No soy quién para hablar en nombre de este importante pintor pero si él viviera en la actualidad seguro que se volvería a morir de asco por el uso torticero que de su persona y obra están haciendo las autoridades de las islas. No sólo es que se paguen fortunas por obras que son de dudosa autoría sino, sobre todo, al homenaje que en el centenario de su nacimiento hizo, con todos los gastos pagados como cuando desviaba fondos para comprar cosméticos, la ex vice concejera Dulce Xerach en el cementerio de París donde está enterrado.
A la gratitud estomacal en Canarias han medrado personajes subvencionados como Chago Melián, Elfidio Alonso y sus Sabancerdos o el timplista Benito Cabrera y esos son los que deberían de estar recibiendo homenajes en virtud al viejo dicho de que ellos se lo guisan y ellos se los comen. Algún día, eso es lo más seguro, nadie los recordará pero de momento no les falta de nada. Lo que están haciendo con otros personajes de la cultura canaria, que son más marginales, es una apropiación indebida de sus personas y memoria para un proyecto ideológico que trata de hacer pasar a ATI lo contrario a lo que es, un partido de trepas. Quizá en todo esto la figura de César Manrique sea la más extraña no sólo por verse trucada su trayectoria por su fallecimiento en accidente de tráfico sino por la arremetida que desde el poder ha sufrió éste cuando se lo ha puesto como ejemplo de desarrollo sostenible en el archipiélago ya que mucho debe Lanzarote a su figura aunque ahora la isla esté muy deteriorada. A esto los cristianos lo llaman nombrar el vano el nombre de dios pero en el habla popular es tener la cara más dura que el hormigón.
Canarias es una tierra de oportunidades, no hay más que ver la procedencia humilde de los principales constructores canarios como Santiago Santana Carzorla, Ambrosio Jiménez (este presume tener un retrato del dictador en su despacho) o Antonio Plasencia. Estos han demostrado que es un hecho indiferente el saber o no hacer la o con un canuto porque, gracias a su connivencia con el poder, pueden comprar todas las oes, los canutos y gente que se las haga cuando quieran. Tanto es así que hasta Jiménez y Plasencia estuvieron a punto de comprar la zona en litigio en los tribunales del Parlamento de Canarias hasta que el profesional del la política, hoy sin cargo alguno, José Carlos Mauricio les dijo que no se pasaran. Probablemente no sólo lo que querían comprar era el edificio sino el mobiliario y hasta los sesenta impresentables que se sientan allí que para lo que hacen es lo mismo que ser bancos, mesas y estrados. Quién sabe cuántos canarios con mucho que decir habrán quedado relegados al ostracismo porque en las islas sólo se valora aquello que tiene que ver con el piche y el cemento. Eso sí, algún día los descendientes de estos falsos nacionalistas de Franco puede que traten de utilizar el nombre de éstos como sus padres hoy en día hacen con nuestros antepasado.
Canarias 24 Horas, 2 de junio de 2008.