24 junio 2013

No somos iguales ante la ley


La brutal crisis económica que nos aplasta, a día de hoy mantenida de manera artificial por organismos como el FMI, el BCE y la Comisión Europea para asaltar los servicio públicos y de paso nuestros bolsillos para entregárselos como ganancia a las rentas del capital, ha tenido de bueno que la ingenuidad que teníamos los ciudadanos, al estilo de creer en los reyes magos o en otro tipo de linajes dinásticos de carácter borbónico, se haya esfumado casi por completo. Si a día de hoy escuchásemos a un representante a sueldo de los ciudadanos de la casta política que nos mal gobierna decir que todos somos iguales ante la ley lo mandaríamos mentalmente a la mierda, apagaríamos la radio en la que lo está diciendo, cambiaríamos de canal de televisión o cerraríamos la página web en la que estamos viendo esta declaración. Los ciudadanos no somo iguales ante la ley sino todo lo contrario: primero están los que tienen mucho dinero, muchas veces robado como el extesorero del PP Luis Bárcenas que ya va por un bote estilo euromillones de hasta 47 millones que han ido apareciendo a su favor en Suiza, que se pueden pagar una defensa de lujo para dilatar lo más posible las causas rozando la prescripción de los delitos o gente de la catadura de la Infanta Elena o Miguel Blesa que además tienen contactos e influencia sobre las instancias judiciales para hacer que las imputaciones sean retiradas o para salir de la cárcel como ha sido el escándalo de esta semana de Blesa, el amigo íntimo de José María Aznar que codujo a Caja Madrid a la ruina y luego, por el mismo efecto, a Bankia. Al fina de la pirámide, en toda esta escala, estamos los ciudadanos que somos los que mantenemos el sistema y los que más cargas nos llevamos y más difícil es tener la justicia necesaria en el instante y el lugar más oportuno.
En estos momentos en las cloacas del estado se está llevando a cabo la mayor operación de impunidad de la historia reciente de España tras la que se materializó, con la cooperación necesaria de las fuerzas de izquierda de entonces, en la llamada, y dejada a medias, Transición a la democracia tras la muerte del general fascista Franco y el final de la dictadura. Los que han quebrado el sistema financiero español, menos mal que era el más sólido y estable del mundo según se regodeaba un completo miserable de la talla de José Luis Rodríguez Zapatero porque si no habríamos dejado de existir hace años, tienen nombres, apellidos, filiación política, una dirección al menos conocida y, probablemente, dinero en paraísos fiscales como Suiza. Nos enfrentamos a la intervención total y absoluta de toda nuestra política de carácter social y económico durante, al menos, dos décadas por el rescate que la banca española ha recibido por parte del FMI, del lobbie de la banca alemana que es el BCE y del gobierno antidemocrático de la Comisión Europea. Todo esto es muy grave y de ninguna manera puede quedar impune y lo que se vislumbra, a todas luces, es que el régimen en el que nos encontramos inmersos desde hace mucho tiempo tiene que caer porque si no nuestras generaciones se llevarán la mayor de las frustraciones de nuestra historia reciente pues, una vez más, todo va a quedar atado y bien atado.
Pero qué hacer con un régimen donde las estructuras judiciales son herederas directas de un franquismo que durante casi 40 años han estado a salvo dentro del sistema, donde los políticos se agrupan en castas de privilegiados como los 40 altos cargos del PP, con Rajoy y Aznar a la cabeza, que se repartieron en dos décadas 22 millones de euros en dinero negro como sobresueldos y donde entre los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, hay puertas giratorias donde se cuece la impunidad entre unos cargos y otros. Está claro que menos confiar en la justicia casi cualquier cosa es deseable y hasta moralmente asumible porque, salvo honrosas excepciones como los jueces que se están castigando como Garzón o que han abierto o tienen sonoras causas contra el PP, el poder judicial es un poder que está altamente corrompido como las otras instancias del estado. Una nueva Transición, que concluya la que derivó en la Constitución de 1978, se hace completamente necesaria para que remueva la forma en la que nos organizamos socialmente: desde el descabezamiento de la dinastía de los Borbones como casa regente en España, la limpieza de las instancias judiciales y la retirada del monopolio de facto que los partidos políticos que tienen para ejercer la política entregando ésta a una ciudadanía que, a partir de ahora pues ya afortunadamente no nos queda otro remedio, tiene que aprender a educarse para realizar el ejercicio de la política de manera directa.

Las revueltas sociales, la única forma que los ciudadanos tenemos para ejercer como grupos de presión contra las castas que nos gobiernan, sacuden el mundo: España, Egipto, Turquía, Wall Street, Grecia, Brasil, Londres, Italia, Portugal o Francia han sido lugares en los que los ciudadanos, a través de redes sociales de Internet, han sido más o menos capaces de movilizarse y hacerse visibles con distintos grados de eficacia pero, siempre, haciendo que las clases dominantes se queden a cuadros y luego desplieguen sus medios de opinión publicada para desprestigiar éstos procesos. Para que el final de este régimen sea posible es necesario que las protestas sociales cobren un carácter constante que hagan insoportables el ejercicio de la política de los cargos electos y no electos como la familia real que, por cierto, cada vez tienen más problemas cuando van a sitios en los que antes se sentían a sus anchas. Allí donde haya un político o un Borbón deben estar grupos de ciudadanos que, de forma pacífica, demuestren el rechazo constante a este régimen tiránico de las instancias neoliberales en el que se ha convertido nuestra sociedad. Estaremos siempre listos para la crítica salvaje, para que nos llamen hasta fascistas personajillos de la baja calaña como una conseguidora como María Dolores de Cospedal que ha recortado el sueldo de los cargos electos para repartirlos en personal de libre designación mientras ella, que no es menos que nadie, ha llegado a cobrar hasta cuatro sueldos distintos.