19 mayo 2014

Delitos en 140 caracteres


No sé cómo nadie se había dado cuenta hasta ahora pero la solución de todos nuestros males estaba ahí, delante de nuestras narices, y el Ministro del Interior y del Opus Dei, Jorge Fernández Díaz, ha visto las cosas claras gracias a la intervención de la Virgen del Pilar. Sin duda la crisis económica, el paro que sufren seis millones de personas, la corrupción estructural que afecta a todos los partidos apenas tocan poder, las visitas al taller del Borbón cuando dispara elefantes, el hecho de que cuando la gente se manifiesta por sus derechos sean de ETA o que sea irrefutable el que haya sido una militante del PP la que presuntamente asesinó a Isabel Carrasco se van a arreglar inmediatamente controlando las redes sociales y, en concreto, el uso que la gente hace de Twitter.
Miserables e indeseables han existido siempre y las salvajadas que se han leído estos días tras el asesinato de la Presidenta de la Diputación de León, una cacique de la que no hay que alegrarse de su muerte pero cuyo asesinato jamás puede ser excusa para dulcificar los modos mafiosos de actuar de esta señora, son la desgracia de nuestra cultura hispana pues nuestra sociedad ha estado siempre guiada por sentimientos como la envidia y la cobardía de muchos que, escondidos detrás de una pantalla, llegan a creerse completamente anónimos. Este tipo de comentarios han existido antes, reconocemos enseguida que son bien propios de tertulias de bares, pero lo que sucede es que ahora se ven amplificados por la repercusión mediática de las redes sociales y unos medios de comunicación que, sumidos en una grave crisis, acuden a éstas para hacer negocio buscando la carnaza fácil. Nuestro carácter latino nos hace así pero eso no quiere decir que no tengamos remedio y que debamos asumir como irremediable esta forma de ser que tiene cura pero que no es a través de la represión y penalización de un tema tan complicado sino de la educación.
A no ser que el gobierno del PP quiera establecer algo así como el Crimen Mental de la novela 1984 de George Orwell las cosas que se han dicho en las redes sociales sobre Isabel Carrasco, muchas de ellas amplificadas por los medios de manipulación de la información que hacían visibles a centenares de miles de personas usuarios de Twitter que apenas tienen 300 seguidores, no son un delito aunque deban ser reprobadas moral y socialmente. Recuerdo ahora a algunos curas y obispos hablando de manera homófoba diciendo que los homosexuales se van a quemar en el infierno o señalando que hay menores que van provocando la pederastia y, aunque estas cosas apesten a rancio, no son delito sino que se enmarcan dentro del derecho a la libertad de expresión por mucho que nos dé asco el asunto. Es el deber de la ciudadanía concienciada el condenar al ostracismo a los que dicen este tipo de cosas como también a los que aplauden el asesinato de una persona por muy falta de vergüenza y corrupta que haya sido Isabel Carrasco, esa señora de los 13 sueldos. Sin duda, un límite debe haber y éste estaría en la incitación directa al delito, al odio, al racimos, a la xenofobia o al asesinato de la misma manera que estas cosas son punibles en un bar, en una columna de un periódico o en una discusión en medio de la calle con testigos. Una sociedad madura, y la nuestra no lo es, este tipo de cosas se acaban cayendo por su propio peso gracias a la educación de la gente y no a que se intente penalizar judicialmente hasta la íntima cuota de la libertad humana que es el pensamiento.
En un país asolado por la corrupción donde la doble marca PP PSOE han robado miles de millones en los sobres, los ERE y han dejado un agujero en las cajas de ahorros de 38 mil millones, todo apunta a que esto permanecerá impune, es insultante ver cómo la casta trata de salvaguardarse a sí misma criminalizando el desafecto de la ciudadanía que ellos mismo han provocado. La libertad de expresión parece correr peligro y pronto podríamos ver entre rejas a tuiteros antes que a los políticos y empresarios que nos han llevado hasta el punto de asfixia en el que estamos metidos ahora. Imposibles de ponerse de acuerdo en los grandes temas que afectan a esta sociedad, el modelo económico que necesitamos, el tipo de sanidad que merecemos o el mejor sistema educativo que nos harán progresar, PP y PSOE siempre acaban pactando todo lo malo que esté por venir. Ya lo hicieron con la ley de partidos cuando gobernaba Aznar para ilegalizar a HB, condenando así el sentir político de cientos de miles de ciudadanos, y sin duda la campaña anti redes sociales que promueve el Ministerio del Interior tiene como base este mismo pensamiento autoritario. También acordaron en un fin de semana del verano de 2011 reformar la Constitución incluyendo en esta carta que los intereses de los préstamos ilegítimos y usureros que recibimos de la banca privada para financiarnos están por encima de los derechos sociales y de la calidad de vida de los ciudadanos pues el PSOE no es más que una sucia socialdemocracia que tiene el honor de haber resuelto un conflicto laboral, el de los controladores aéreos en 2010, usando al ejército como mismo hacia el dictador Francisco Franco. Lo que viene, sin duda, será más grave pues ya estaba anunciando ese dinosaurio que tienen llamado Felipe González que el futuro de España pasa porque estos dos partidos pacten gobiernos de concentración pues el bipartidismo está herido de muerte y es muy posible que el PSOE no vuelva a pillar poder en lo que le queda de existencia.

En torno a las redes sociales hay una burbuja, como en tantas cosas, que hace que éstas sean sobrevaloradas. Ni Twitter ni Facebook son la solución a los problemas de liberad de expresión que nos acosan pero tampoco son el origen de todos los males que nuestra sociedad posmoderna está atravesando. Son un medio de expresión que hacen que millones de personas puedan expresar sus opiniones, a veces con mala fortuna como hemos visto estos días, y que quiere ser controlados por una casta política que le da miedo la democracia real y que entiende ésta como la posibilidad de votar una vez cada cuatro años. El asesinato de Carrasco no es un crimen político, por mucho que la caverna mediática de la ultraderecha española se empeñe en señalar esto de una manera bastante miserable, sino que se enmarca más en el ajuste de cuentas entre personajes y facciones de un partido como el PP que está más en la orbita de la delincuencia organizada, véanse los papeles de Bárcenas, la red Gürtel que financiaba al partido y el hecho que el mismo Rajoy haya estado décadas cobrando en negro, que de su verdadero propósito que sería el de hacer política.