07 octubre 2013

Alimentación y calidad de vida

La imagen ilustra un reportaje de Foro Contra la Incineración de Residuos que habla de los efectos perniciosos sobre la salud de las subvenciones del REA en Canarias. En este caso vemos que es más barata una botella de refresco en un supermercado (49 céntimos) que una botella de agua en oferta (54 céntimos) Imagen utilizada bajo licencia Creative Commons.

Sin duda hay dos factores que ha contribuido a degradar como nada nuestros hábitos de vida como son la conciencia de que cualquiera puede obtener cualquier cosa a cualquier hora, materializada en la proliferación de las tiendas de conveniencia llamadas de 24 horas, y el ascenso imparable en las baldas de las tiendas de comida basura y el abuso de los refrescos gaseosos muchas veces sustituyendo completamente al agua. El factor de los horarios, aunque ahora el Congreso en buena hora esté buscando medidas que tratarían de conciliar vida laboral y familiar con el llamativo cambio del huso horario de la Península que no dejarán de ser un mero brindis al sol, ha contribuido mucho a degradar nuestra calidad de vida personal, de nuestras formas de ocio, se ha sustituido éste por el ir a comprar, y las relaciones laborales que pasan, ahora más que nunca, por la explotación sin complejos. El factor de la comida basura está haciendo que nuestra sociedad, asentada en la dieta mediterránea y el sentarse a comer a la mesa como una importante función de cohesión familiar y social, esté cada día más obesa, más enferma y con patologías terribles como la diabetes que cada día se inician a edades más tempranas. Nos encontramos, sin duda, en una sociedad enferma en lo moral y en la salud particular de los individuos.
Nuestra sociedad necesita una buena educación para el consumo pero cuando digo esto no me refiero sólo a los jóvenes en el colegio, que también, sino a los padres de éstos y, en general, a muchos adultos que somos los que más fácilmente hemos entrado por el aro de consumir lo que la publicidad nos diga cosa que ocurrió de manera exagerada a principios de este siglo cuando pensamos que éramos ricos y lo íbamos a ser para siempre. Sin embargo, a decir verdad nunca ha habido una intención clara para que la ciudadanía tuviera un mínimo de educación y conciencia de este tipo ya que lo que ha hecho la casta de políticos a sueldos de las grandes empresas que nos han gobernado todos estos años es favorecer a que las grandes multinacionales del sector de la distribución, por ejemplo cada apertura en Canarias de un gran centro comercial ha estado siempre sembrada de corrupción y pelotazos, o las grandes corporaciones alimentarias entraran en el país a saco con leyes de horarios y laborales, como no puede ser de otra forma, adaptadas a las necesidades y exigencias de estas empresas. El resultado fue que durante los años de la burbuja en los que el dinero era barato para endeudarse todas las grandes cadenas vieron en España un país muy atractivo pues a los favores políticos se les veía, además, compensado con un tipo de consumidor muy ávido para compra y de escasa cultura de casi cualquier tipo.
El paradigma de esta clase de forma de consumir son, como ya he dicho más arriba, las tiendas de conveniencia que conocemos como de 24 horas y que tiene su origen en la idea de explotó hoy hace mucho tiempo la cadena americana 7 Eleven. Quien tenga un poco de conocimiento de cómo funcionan este tipo de tiendas se dará cuenta que hay una cierta cultura en torno a éstas. Hace años proliferaron en torno al botellón y ahora son un sitio plagado de snacks de todo tipo y refrescos. Lo triste es pensar que hay gente que compra sus cenas ahí a base de chocolates, comida preparada y refrescos que una tercera parte de su contenido es azúcar cosa que es completamente mala para el organismo si se abusa de ella. El ocio no debe ser lo mismo que el consumo y creo que a cada hora del día le corresponde un tipo de actividad por lo que a mi siempre me ha costado mucho ir a este tipo de tiendas porque a poco que uno se organice en casa puede tener de casi todo y si no es posible esperar unas cuantas horas para ir a comprar que no pasará nada. A la par que este tipo de tiendas han degradado nuestra forma de consumir también degradan nuestras vidas particulares con horarios irracionales a los que los trabajadores deben enfrentarse en jornadas interminables. Es una pena que la inspección de trabajo apenas exista, los miserables del PP y la Inepta de Fátima Báñez han dado buena cuenta de ésta porque saben que lo que evita el estallido social es la economía sumergida contra la que no se tiene la más mínima intención de combatir sino de potenciar, porque encontraría que en muchas de esta tiendas todos su trabajadores están contratados a media jornada haciendo más horas de la jornada completa a la semana que se pagan, siempre, en dinero negro y en sobres a parte.
Es curioso ver como en ningún medio español se hacen eco de lo perjudicial que es el abuso de el azúcar para nuestro organismo, algunos medios como Rusia Today lo califican directamente como droga cosa que podría ser hasta un poco exagerada, y los nacionales obvian por completo el tema ya que la pasta que estas empresas, sobre todo Coca Cola, se gastan en publicidad al año es un pastel tan suculento que no piensan renunciar a éste a pesar que nuestra sociedad esté corriendo un riesgo sanitario muy alto seguramente mayor que el que producen todas las drogas ilegalizadas juntas, del nivel del tabaquismo o hasta el alcoholismo. No nos cuentan, por ejemplo, que en algún país se están pensado gravar con un impuesto a los refrescos o que en algunos Estados de Norteamérica se están empezando a prohibir las máquinas expendedoras de estas bebidas en centros educativos y escolares.

Probablemente si en los años de la burbuja nos hubiéramos acostumbrado a vivir de una manera más plena siendo felices con nosotros mismos y con nuestra gente querida sin consumir hasta morir, mucha gente muere en este país todavía por llevar años comiendo muy mal, nos nos tendríamos que acostumbrar ahora a algo que va a ser prácticamente inexorable: a vivir con unas condiciones de vida parecidas a las de nuestros bisabuelos, con una sanidad y unas pensiones de miseria y unas condiciones laborales que se parecen más a las del capitalismo del XIX que de la segunda mitad del siglo XX. La opulencia nos ha matado no sólo como seres vivos sino como sociedad.